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jueves, 7 de abril de 2011

A mis dos amores (José Madrid)

Tan sólo conservo de cuando estaba loco una vieja carta de despedida que aún mantengo en mi cartera, cerrada con esmero tras terminarla y que ahora miro sin recordar su contenido queriéndola abrir. Pero no. Todavía soy capaz de aguantarla como reliquia sin par de aquellos días en que estaba loco.
Hoy, recuerdo que tuve que dejarte. Con pena echo la vista atrás cuando rememoro en la belleza de tu cuerpo y mintiéndome no recuerdo por qué te abandoné con todo el sufrimiento que ello me causó pero, ya ves, a pesar de todo no te olvido. Y eso que en esta lejanía que me ha cobijado cuando de ti marché hallé un nuevo rostro diferente al tuyo.
¿Sabes? Por más que lo intento no os consigo comparar. A ti te recuerdo como lo más bonito que nunca me ha pasado. Aún sigo enamorado de ti por los cuatro costados y no consigo olvidarte a pesar del tiempo. A ella la tengo a mi lado y se desvive por mí como yo por ella, como yo por ti.
Y comprendo que ella también tiene su pasado y su historia, que asimismo tiene sus recuerdos y sus raíces, que es su vida, y entre las dos me tenéis entre la espada y la pared, con el corazón dividido, amando sin cesar día tras día, muriendo por teneros a los dos juntas, junto a mí.
Ella, tiene la inocencia sin par de ese pajarillo que aprendiendo está a volar y que poco a poco va soltando sus primeros cantares en primavera. Tú tienes de entre todas la más bella y alta torre. La Giralda le llaman. Yo le llamo Sonia, porque tiene el corazón tan grande como tú.
¡Oh Sevilla de mis amores, Sonia de mis entretelas! ¿Por qué hubisteis de nacer en la ciudad del Turia y del Guadalquivir? ¿No era posible más cerca, si no es mucho pedir juntas?...
Tengo el alma inquieta, embobada, derritiéndose a cada segundo del día que ya no se como pasar pensando en como poder fundir mis dos amores en uno.
Le acaricio su inmensa melena rizada azabache florida de jazmines entre la calle Agua y la calle Vida, donde estremeces a su paso celosa de tanta dulzura las calles dejando verse el silbido del viento que desde el muelle de la sal llega hasta Santa cruz, para acercarme de su mano ensamblado a tu tan bonita Catedral que de amor quisiera hacer de ella.
Un coche de caballos tanto tiempo anhelado en mi corazón deja a mi izquierda la Plaza del Triunfo a paso elegante de ese caballo que parece bailar y deslizarse sobre ti por no quererte hacer daño.
Y cruzo la Avenida de la Constitución, y cruzo Santander anudado a ella para presentarle a tu hermana pequeña, fiel guardián desde tiempo inmemorial del muelle y el Guadalquivir, del puente y de Triana allá a nuestra derecha, al otro lado del majestuoso río que viste de señorío y de preciosura esta parte de ti, Sevilla, reina entre las reinas, sublime divina y apuesta...
Y vuelvo la vista y veo como el cochero nos adentra en el Parque, el Parque de María Luisa, con tantas diferentes clases de árboles como adjetivos de pasión quisiera dedicarle a ella.
“Parque de medio siglo” - comenta el mayoral, “mas en este tiempo me faltan días de poderla amar” - pienso cuando divisando estoy mi Plaza de España.
Y aferro mi mano a la suya cuando veo las palomas blancas saltar buscando el maíz que mis paisanos le echan, y entre medio de ellas la beso buscando la foto que más allá de carretes quedará grabada en mi memoria cuando vuelva a la lejanía que me ha cobijado cuando de ti me ausenté.
¡Ay Sevilla!, ¿Cómo podré irme nunca de ti? ¡Ay Sevilla!, no puedo abandonarla por ti.
Y es que... es que miles de dudas asolan mi corazón un día tras otro, sin encontrar el día en que pueda despertar de mis sueños y junto a ella abrir la ventana de casa para dar gracias a La Macarena y al Gran Poder por tener mi coche aparcado en la acera de abajo. Y cogerlo cada domingo para acercarnos juntos al Rocío, a verla a Ella, y sólo, en el primero de esos domingos, arrodillado ante su Altar poder saciar mi llanto lleno de gracias y esperanzas para volver a ti, Sevilla, de la que si no me arrepiento de haber partido es por haber encontrado personificado en ella todo lo que un hombre puede soñar.
Es, ¿cómo explicarlo?... te lo acabo de decir, todo lo que un hombre puede soñar. Es tierna, y delicada, no hay otra igual. Es sentimiento, lo siento, es hablar por hablar. Me tiembla el pulso si intento describirla y mis palabras entre ellas se plagiarán, porque no ha nacido quien elabore un diccionario donde un adjetivo reseñe su amor.
Es imposible, no puedo más. Trato de negar mi mala suerte sin poderla evitar.
Aquí, en esta lejanía donde vivo nada es igual. Lo siento por su gente, de la que no puedo ni por asomo renegar, pues me ha acogido como si fuera vecino de esta ciudad. Pero lo digo con el corazón en la mano, lo digo de verdad, te digo mi verdad... como tú mi Sevilla no hay ninguna, y a ver quien se me atreve a rechistar.
Chiquitita entre las grandes, tú eres sin igual. Ocho puentes sobre un río, al que toda tú quieres por igual. Mires desde Triana, Heliópolis, desde Torneo o desde la misma Catedral.
Pero sin querer ser pesado hoy, ahora, te lo volveré a preguntar. ¿Qué hago contigo y con ella si a ninguna os puedo abandonar?... Y no es fácil la respuesta, lo sé. Tan solo difícil de encontrar.
¡Ay Dios Mío!... Ante ti elevo hoy mi vista al cielo y mi plegaria en silencio a ver si esto tiene solución, porque lo que es por mi parte desfallecido me estoy sintiendo de pensar y pensar sin hallar conclusión.
Una vez, bien sabes, viví la experiencia que no resultó. Ahora caí en mi mismo error con una diferencia. Ahora, encontré el amor. Ahora la tengo a ella, y a Ella también, a las dos...
Y así, día a día voy viviendo esta historia de amor que me tiene el alma dividida entre el amor y el amor.
El súmmun de la vida lo tengo en mi corazón. Ya lo he encontrado todo, ya no quiero más. Ya te digo... todo lo que un hombre puede soñar...

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